Escribe: Wilder Calderón Castro*
La
coherencia de un gobernante es una virtud realmente apreciada por sus
electores. En el transcurrir de una vida
política, no se debe mostrar una conducta pendular del blanco al negro, de la
radicalidad a la ultra derecha, del agua al oro, de la democracia a la
intransigencia, de la persecución al diálogo.
Ese actuar político siempre pasa factura. “Para
que les decimos que no, si sí”.
Desde que era candidato presidencial ya
revelaba alguna sintomatología. El Humala
de entonces prometía defender las lagunas y las riberas acuíferas ubicados en
las cabeceras de las cuencas de Bambamarca, tras azuzar a la población civil
con su interrogante a boca de jarro: ¿Qué es más importante el agua o el oro? Una vez en el poder, sin embargo, la presión
popular lo hizo retroceder cuando defendía a la minera Yanacocha y su poco
célebre frase “Conga va”… y no fue nunca.
Otro indicio lo constituye el desafío y
traición a la base social que lo elevó al poder con tal de imponer su electorera
“hoja de ruta”, programa que significó el inicio de su viraje revisionista
respecto a su proyectada “gran transformación”, conjunto de radicales reformas
del Estado concentradas en su primer plan de gobierno.
Las flagantes contradicciones del jefe de Estado,
en torno a la negativa de indulto al ex presidente Alberto Fujimori Fujimori lo
pintan por entero. Si bien es potestad
del mandatario conceder esa gracia, no entendemos entonces por qué pedirle a la
familia que le hagan llegar su solicitud.
Ese vía crucis se pudo evitar con una pizca de prudencia.
No se puede caer en tan agudas contradicciones
como anunciar una crisis, para luego desmentirse al día siguiente y pasar de
las vacas gordas, a las flacas y finalmente a las robustas, cuando las
proyecciones más pesimistas sostienen que el crecimiento de nuestra economía es
superior a un 4% para este año.
Hasta instituciones crediticias internacionales
como Ficth Ratings le enmiendan la plana al presidente al sostener que el Perú
sigue demostrando que pese a la baja en los precios de las materias primas,
puede seguir creciendo por encima del ritmo de expansión de países con
similares calificaciones y ni qué decir de América Latina.
No se puede insultar y luego concertar, no se
puede injuriar y luego llamar al diálogo.
No se puede criticar una gestión anterior desde la inercia y la
hipertrofia estatal. No se puede blindar
a un ex mandatario por evidente enriquecimiento ilícito y convertir la lejana
sospecha en ficticio indicio para perseguir con mano dura a otro ex presidente
que les resulta políticamente incómodo.
No se puede uno titularse demócrata y defensor
de las instituciones tutelares y de los derechos civiles, para luego avalar la
fraudulenta elección de Nicolás Maduro en Venezuela.
En la administración del presidente Ollanta
Humala se expresan una serie de contradicciones en todo ámbito, a tal grado que
podríamos concluir el diagnóstico con un solo resultado: Este gobierno padece
de cierto grado de bipolaridad. La
receta es simple: Una pizca de ubicaína, dejar de lado la soberbia, coherencia
política en dosis homeopáticas y tres píldoras diarias de hiperactividad
laboral por el bienestar del Perú. El
tratamiento deberá seguirse estrictamente hasta el 28 de julio del 2016.
*Dr. en
Educación y ex Congresista de la República
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