EN BUSCA DE UNA ECUACIÓN PARA UNA EDUCACIÓN DE CALIDAD



Escribe: Wilder Calderón Castro*


Problematizar la crisis educativa resulta una tarea exitosa, si se fundamenta teóricamente vinculada a la no calidad educativa.  En este contexto de híper competitividad, la preocupación vigente es brindar carreras que tengan relación directa con lo que exige el mercado, a fin de ofrecer un alto grado de empleabilidad.

El crecimiento sostenible del país, la globalización de la demanda laboral o la vorágine del desarrollo de las nuevas tecnologías han trastocado la profesiografía tradicional de la educación superior.  Lamentablemente el Perú ocupa este 2013 el puesto 75 de 122 países, en el último índice de capital humano del Foro Económico Mundial, mientras Costa Rica y Chile se ubican en los puestos 35 y 36.

La educación no está en crisis por cuestiones de presupuestos.  Sumidos en la lentitud burocrática, reconocemos que nuestros programas curriculares son de naturaleza retrospectiva y no prospectiva, lo que es relevante para nuestra fundamentación teórica de la actual crisis educativa.  Vivimos de espaldas a las demandas actuales del mercado laboral nacional e internacional, en un contexto de formación activa del educando para la empleabilidad y de movilidad laboral internacional.

En el Perú solo el 5% de la Población Económicamente Activa (PEA) son trabajadores técnicos, contrario a lo que ocurre en otras economías emergentes como Singapur que ostenta un 23%.  El déficit en ese sector es bastante bajo, en torno a  los técnicos y a lo que conocemos como empleabilidad, término cuyo origen se remonta a la palabra inglesa "employability", que proviene de la unión de dos palabras: "employ" (empleo) y "hability" (habilidad)[1]. 

El papel de la educación nos debería llevar a gestionar una reingeniería de nuevas especialidades y carreras profesionales, acordes con competencias relacionadas con el papel fundamental del emprendimiento, las vías de colaboración con la universidad y la educación activa para la empleabilidad.   Lamentablemente no es así, pues no existen aún políticas claras sobre educación conceptualizada como el binomio práctica - experiencia.

El gobierno no se preocupa por la relación biunívoca de la demanda laboral y la oferta educativa, para conseguir mayores niveles de empleabilidad.  La lentitud burocrática de los funcionarios dorados del ministerio de San Borja, contrasta con la rapidez del avance tecnológico para crear experiencias en los educandos, los aportes de la neurociencia a la pedagogía y la revolución del cerebro de niños y jóvenes en la era digital, donde la computadora es una proyección del pensamiento y la memoria.

El panorama empeora si le sumamos el bajo rendimiento de razonamiento verbal y matemático  de los ingresantes provenientes de los centros secundarios que se ubican en lo más bajo de la tabla en la prueba de Pisa, por debajo de Kazajistán y Azerbaiyán.  El problema se agrava exponencialmente cuando inferimos que esta situación es inversamente proporcional a la capacitación docente para “tutorizar” a los estudiantes, pues en la administración nacionalista no se ha capacitado un solo docente secundario.

El Ministerio de Educación no sólo ha avasallado la educación superior tecnológica, sino que ha acentuado sus carencias formativas y técnicas.  Solo en el sector minero de cada 108 puestos, 100 son técnicos especializados.   Empero, la cantidad de postulantes en los institutos superiores no ha variado en años.  Y lo que es peor el gobierno de Ollanta Humala quiere ampliar la influencia del portafolio de Educación al ámbito universitario.  Craso error.

Sin cálculos políticos que valgan, el empresariado nacional incluso mostró su preocupación en el CADE 2013 por la empleabilidad y la brecha existente entre la oferta de egresados de la educación superior y las demandas del mercado laboral.  “Y quedó establecido que, en el Perú, las competencias socioemocionales importan tanto como las habilidades cognitivas y técnicas a la hora de predecir el progreso educativo, la empleabilidad y los ingresos laborales”[2].

La educación es una inversión social que eleva a su enésima potencia el desarrollo inclusivo sostenible de un país, ya que producirá recursos humanos que contribuirán en el crecimiento de la economía.  Esta sumatoria de razonamientos nos hace reflexionar sobre la necesidad de que las nuevas generaciones requieren de una nueva educación.


*Dr. en Educación y ex Congresista de la República.


[1] Campos Río, director del Centro Interamericano de Investigación y Documentación sobre Formación Profesional (Cinterfor/OIT)

Reproducción fascimilar del artículo aparecido en la última edición de Justo Medio

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